Ferias de libros y libros de feria

De las muchas pasiones que me acompañan por la vida y de la que ni experto ni conocedor me declaro es la de lector ávido de libros, que no es lo mismo que ávido lector de los citados. He leído y leo de todo, no siempre, pero si continuamente. De fantasía y ciencia ficción como de reflexión y de ciencia. Novela joven y fresca como profunda y espesa, poco novelista español pero sí mucho profesional hispano del crecimiento personal. Y si no mucho, alguno que otro. La cuestión es leer. Porque leer le da mil enfoques a la vida. Abre la capacidad de percibir y observar las mil caras del prisma de la realidad.

Algo que me sorprendió en la popular feria del libro de mayo en mi querida Santa Cruz es la cantidad de auto-autores. De los auto-autores dícese de aquellos que no teniendo a grandes ni pequeñas editoriales detrás se gastan sus cuartos más ilusionados que realistas en imprimir su primer, y en algún caso incomprensible, su segundo, tercer y hasta cuarto folleto, panfleto u obra literaria al uso.

Creo, tengo la impresión, que pese a Internet, hoy se imprimen más libros que nunca. Los profesionales del conocimiento en cualquier ámbito no lo son tanto si en su haber no tienen un libro, bien sea este un calco del anterior o un ramillete de originalidad. Cada puestico de dos por dos tenía su desconocido autor detrás de una mesa de cincuenta por cincuenta, pero centímetros esta vez, presentando, vendiendo y narrando lo que de su obra fuera menester contar, siempre que algún desprevenido transeúnte y visitante de la feria estuviera dispuesto a oír. A veces incluso hasta ganas de escuchar. ¡Agapea tenía hasta tres al mismo tiempo! Que de aburrimiento se lo contaban entre sí, ya saben, a ver quién la tiene más larga... la narrativa, por supuesto.

De todo esto, lo que más me sorprende, lo que más llama a la puerta de mi sorpresa es que con tanta producción literaria y cultural, como es que pareciera que más que nunca el analfabetismo del pensamiento es la nueva lacra de una iletrada sociedad civil. No tiene sentido que cuando tantas frases se crean y se copian, más se copian que se crean, en el papel y en lo digital, más torpes nos hemos vuelto en habilidades tan básicas como la visión crítica, no digo ya la rarísima cualidad de la autocrítica.

Quizás en todo esto la causa esté en personitas jóvenes o quizás no tan imberbes, algunas cantautoras y otras poetisas, que subidas en un improvisado escenario de tablas y tornillos recitan y cantan, al tiempo que ironizan del público, del poco público, del casi inexistente público. Olvidando que tal vez lo culto no es la idea que nadie atiende sino que se construye con aquellas que sí se atienden, por pocos o por muchos, pero desde luego por unos cuantos. Porque cantar a lo que tienes miedo o a lo que te hace triste, que no te deja por un rato, sino que construye a la poetisa, que la hace, que la fabrica triste, la cosa que sea que miedo le influye, no es de lejos ni original ni primigenio ni constituirá un punto y final a nada. Ni tan siquiera uno y seguido. Por no hacer relato del pobre diablo, un Prometeo entre emprendedores, que garantiza éxitos desde un fracaso mal disimulado.

Las ferias de libros a veces más parecen libros de feria. Cosas raras que dan miedo vistas detrás de unas rejas. Historias para muchos y para muchedumbres. Pero en el fondo es lo que gastamos, es lo que comemos, es lo que ingerimos a través de lo que la cabecita interpreta por lo que los ojos visualizan. Y eso es lo culto y no otra cosa. Lo culto es un escupitajo de pintura en un lienzo blanco si el populacho zombi así lo quiere ver. Así lo decide. Eso es. Eso somos.

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